La adquisición del lenguaje oral es un proceso cognitivo muy complejo, que se inicia antes incluso del nacimiento, cuando el niño ya empieza a desarrollar el sistema auditivo. Desde ese momento, el niño estará expuesto a la herramienta más genuinamente humana, el lenguaje. Fruto de la intensiva estimulación que el niño recibe en el entorno social, comienza a aprender la función representativa y referencial del lenguaje. Poco a poco, irá integrando que él es capaz de influir en los demás mediante la palabra. Hacia los doce meses, aparecerán las primeras y el niño será capaz de designar, de poder nombrar diferentes entidades del entorno. Aún tendrán que pasar algunos meses para que comience la predicación y con ella la capacidad de describir, de explicar el mundo. Pero este fascinante camino hacia el dominio del lenguaje está lleno de obstáculos. El lenguaje es un sistema complejo que se ha moldeado con el paso del tiempo no siempre con reglas estrictas y claras. Su aprendizaje es un trabajo de orfebres. El lenguaje es como un conjunto de matrioskas rusas pues de manera simultánea hemos de acotar el inventario de sonidos de nuestra lengua materna y construir su representación, debemos recoger todo un conjunto de etiquetas que representan diferentes entes, objetos y cosas del mundo. Paralelamente a ello, debemos aprender cómo se relacionan las palabras entre sí y en qué orden debemos poner para dar sentido a lo que queremos expresar. Pero aún más difícil, debemos saber adecuar el mensaje a la situación comunicativa, es decir, separar las palabras más adecuadas para ser lo más eficientes en nuestras
intenciones comunicativas.