La constitución norteamericana es el más audaz ejemplo de planeamiento político en el mundo occidental. En la actualidad, cuando resulta confortante tener pequeños sueños y es usual desechar la historia del hombre como la tragicomedia de tentaleos a ciegas, extraños accidentes e inciertas improvisaciones, es bueno echar una mirada retrospectiva a aquel verano de 1787, en Filadelfia, cuando algunos hombres, deliberada y conscientemente, se congregaron para planear un gobierno grandioso y permanente. Su éxito, en verdad, fue magnífico, y aún en la actualidad conducimos nuestros asuntos dentro del marco de esta magna carta de gobierno; agrandamos o limitamos el poder público mediante los mismos recursos y artificios federalismo, poderes equilibrados, declaración de derechos, que formaron parte de la Constitución de 1787 o que quedaban implícitos en ella; y la manera en que continuamos llevando a cabo nuestros debates respecto a los problemas constitucionales de gran trascendencia apenas han sufrido leves modificaciones en relación con las tranquilas pudiéramos decir provisionales discusiones de Filadelfia