“Suicidios Perspectivas teóricas y clínicas"
Compiladores: Néstor Stingo y Gabriel Espiño
Prólogo: Nelson Castro - Comentario: Santiago Kovadloff.
Deletrear el suicidio
Este capítulo surgió a partir de los trabajos que presentamos
en un Congreso de Psiquiatría, de la A.A.P. EL título de la
mesa “Deletrear el suicidio” me llevó a pensar acerca de la
escritura y la vida, el suicidio y las letras. El lugar de la
ficción en la subjetividad y en la vida de las personas. La
muerte como un acto de escritura, y la escritura como un
suicidio aplazado.
“Somos cuentos, -decía Pessoa- contando cuentos, nada” esta
frase me recordó la expresión popular que dice de alguien que
murió que “Ya no cuenta más el cuento”. Sin embargo pareciera
que hay excepciones. Hablando de escritores que ya murieron,
Enrique Banchs decía: “aun cuando los grillos canten en sus
ojos vacíos, ellos seguirán diciendo” en los oídos secretos de
sus lectores por venir. Entonces pareciera que hay algunos
que aún después de muertos siguen contando el cuento y otros
unos pocos que escriben con su muerte un mensaje póstumo.
Tomé como acápite de este trabajo una frase enigmática de un
autor francés del siglo pasado que decía: “intenten si pueden,
detener a un hombre que viaja con un suicidio en el ojal”.
Conocí a este autor – Jacques Rigaut- a través de Vila Matas.
Siempre me resultó interesante el tema del equívoco, siguiendo
a Vila Matas en su libro “Historia abreviada de la literatura
portátil”, caí en una trampa “Matas” y cometí un equívoco, un
error en el trabajo que presenté en el Congreso.
Vila Matas es un escritor español que tiene un apellido que
re-suena o habría que decir que re-tumba. Creo que a este
autor le gustaría este chiste porque es un escritor muy
irónico muy juguetón, que me llevó a tomar como un dato
biográfico auténtico una escritura de ficción. En su libro
“Historia Abreviada de la literatura Portátil” habla del grupo
Shandy. Un grupo al que pertenecían, Walter Benjamin, Jacques
Rigaut, Cendrars, Robert Walser, en ese libro confunde -
supongo que adrede- el suicidio de Rigaut con el de Cendrars y
es tan irónico que lo pone a Cendrars a opinar acerca del
supuesto suicidio de Rigaut que en realidad era el propio.
Tomé este “equívoco” como verdadero.
Unos años después Vila Matas escribió otro libro al que llamó:
“Suicidios inventados”. Habla allí de la creación de
personajes literarios que según él, evitan que nos arrojemos
al vacío. Hace un interesante entrecruzamiento entre el trauma
y la ficción, y el lugar que la ficción ocupa en la
subjetividad de la gente
Jacques Rigaut
“Agencia general de suicidios”, es el único libro que Jacques
Rigaut publicó a comienzos del siglo XX. Se trata de un autor
conocido en su tiempo, por investigar este tema y de quien sus
contemporáneos suponían que tarde o temprano se iba a
suicidar.
El grupo Shandy -del cual tanto Rigaut como Benjamin, formaban
parte- era un movimiento artístico y literario, que repudiaba
lo enciclopédico o académico, proponían la escritura de
micro textos en una caligrafía cada vez más pequeña. Eran
además coleccionistas de objetos minúsculos. Rigaut
coleccionaba botones, botones que solía robar. Se interesaba
sobre todo por los dorados que usaba la policía.
Este escritor que había dicho: “intenten si pueden detener a
alguien que lleva un suicidio en el ojal”, y del que todos
suponían que tarde o temprano se iba a suicidar finalmente un
día, antes de internarse en una clínica por su adicción a las
drogas se puso su mejor traje, se acostó en una cama y se pegó
un tiro en el corazón. Junto a su cuerpo se encontraron
papeles sueltos, en los que había fragmentos de una escritura,
que varios años después de la muerte de su autor, fueron
recopilados dando lugar a un libro, que se llamó “Lord
Patchoque el capitán del último ojo”.
La escritura de este libro comenzó en la Nueva York de los
años 20. Adonde el escritor viajó, siguiendo a una mujer de la
que estaba enamorado. Quería casarse con ella. Pero la
historia no terminó bien porque el hombre que ya tenía
problemas con el alcohol, en Harlem se hizo adicto a la
heroína, y aunque llegaron a casarse, la mujer finalmente lo
dejó.
A comienzos del verano de 1924 después de un largo paseo en
auto buscando vanamente una villa inencontrable, la villa de
Patchogue, Rigaut cometió un acto descabellado. En una casa de
fin de semana en Long Island -cerca incluso de esa villa que
no encontró- estando sus acompañantes de espaldas a él, se
arrojó sobre un espejo. Sólo se hizo un corte en la frente,
pero a partir de ese corte en el que se rompió el espejo,
nació su doble de ficción, su Lord Patchogue. Alguien que
venía a ocupar su identidad al punto de que se hizo hacer
tarjetas de presentación con ese nombre y desde entonces y por
un tiempo se ocultó como un fantasma o un espectro detrás de
su nombre de ficción. “No dudo de mi existencia –decía- sino
de que ella sea la mía, el nombre bajo el cual ahora soy
conocido es lord Patchogue”.
Uno de sus editores dijo de esta escritura que era una puesta
en abismo visual que hacÍa pensar en un laberinto de espejos
rotos, donde la imagen reflejada se multiplica hasta el
infinito.
Cuando la imagen que nos devuelve el espejo se multiplica
hasta el infinito ya no hay otro que nos acompañe, cuando
todos los espejos estallan nos encontramos con el vacío que
hay detrás de cada pantalla. Rigaut había dicho me voy a matar
pero cuando me lleve todo, ¿qué era todo para él? ”Notre Dame,
el amor y la república” interesante, porque “notre dame”
significa nuestra Señora de Paris, es la virgen María, la
madre de Jesucristo.
¿Y cuál era el nudo dramático de la obra?
El libro tuvo dos versiones, una se publicó en 1934 y la
segunda publicada por Gallimard en 1970. En el año 2011
Frédéric Malette hizo una versión en la que ensambló los
fragmentos publicados en estas dos versiones anteriores. Con
esta edición de la editorial “Chemin de Fer” trabajé para el
capítulo del libro.
Es una obra en la que el protagonista, se arroja una y otra
vez sobre los espejos, mientras dice: “soy un hombre que
busca no morir” Es un personaje que habita
en medio del estruendo provocado por los vidrios rotos. No
puede hacer otra cosa –dice su creador- por cada paso que da,
un espejo estalla en pedazos. Pero Lord Patchogue, el capitán
del último ojo, es un héroe, un héroe de ficción que sobrevive
al estallido de los espejos, triunfa allí donde un mortal, un
ser de carne y hueso, sucumbiría.
Me interesó interrogar algunas claves de esta “puesta en
abismo visual” cuando lo que estaba en juego ya no era del
final de una obra sino el último acto de una vida. La vida de
un poeta que había dicho que “su deseo es lo único que un
hombre posee, al menos lo que le sirve para olvidar que no
posee nada”. Atesorar un botón robado era equivalente para él
a haberlo poseído Claramente hay allí una cuestión de índole
sexual pero además, entre letras y botones hay un juego
homofónico que la lengua francesa permite deletrear y que
seguramente el poeta utilizó.
El vocablo “bouton” tanto significa “botón que abrocha” como
“capullo, flor que se abre”, incluso “punto negro” y también
“clítoris”. “Boutonnier” significa “botonero” y además “ojal y
herida”, “una flor a la boutonier” es una flor en el ojal. Es
sobre este juego de sustituciones que transcurre la vida de un
poeta. Entre ojales que llevan flores que son amores hasta se
hicieron puntos negros, heridas en el corazón.
De una de esas heridas, del ligero corte en su frente, surgió
su “Lord Patchogue, el capitán del último ojo”, su último
compañero de viaje. El que le susurraba un murmullo de
reflejos entre cristales de opalinas encalladas. Hasta que un
día todo estalla. Ya no hay más simetrías ni juego de
sustituciones. Su héroe de ficción ya no lo sostiene más. Y
entonces, ya no hay ojal, ni flor, ni botón, el ojal es ahora
una herida abierta en el corazón.
Se dice que la metáfora es un puente y que sobre él caminamos,
como decía Pessoa “somos cuentos, contando cuentos” hasta que
ya no tenemos más nada que contar.
Quería mencionar como para seguir pensando que en “Sobre la
psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” Freud
habla de métodos suicidas que pueden representar cumplimientos
de deseos sexuales y Lacan en el seminario de la angustia
hablando del pasaje al acto sitúa el fantasma de suicidio como
un intento de no ser visto.