Una nueva epidemia de nombres impropios ha estallado hace un tiempo en la clínica y en las aulas. La inminente aparición del DSM-V amenaza expandirla a niveles inéditos a partir de la adopción de un supuestamente nuevo paradigma dimensional que flexibiliza las diferencias entre lo que se considera normal y la patología, ampliando de esta manera la base de niños pasibles de etiquetas inadecuadas y medicación psicofarmacológica indicada con dudoso criterio.
El autor reconstruye con ojo crítico los nombres propuestos que medicalizan y patologizan. Ni el ADD es un déficit de atención, ni la bipolaridad es tal en niños, ni el autismo es tan sólo un trastorno generalizado del desarrollo, ni el Síndrome de Asperger debería considerarse parte del espectro autista, ni los trastornos de ansiedad debieran hacer olvidar a las neurosis, entre otros nombres.
A la constitución de entidades biogenéticas como condición de enfermedad, este libro contrapone un enfoque que permite una aproximación al padecer como situación que no puede desentenderse de la época, ni del cristal con que se mira, y que propone un abordaje que produzca subjetividad y que no sólo embotelle a los niños en rótulos inmovilizantes.